Evocación y contexto
La pintura cubana emergente, vinculada a los géneros, está imbuida de una mezcla sugestiva de reafirmación y negación. Por un lado, y a la vista de no pocos adversarios de la tradición, varios creadores han retomado la práctica de manifestaciones históricas como el paisaje y el retrato, y han comenzado a reinventarse sus propios argumentos conceptuales y técnicos para poder asumirlo, sin la menor preocupación por los estigmas clasificatorios. Pero por otro lado, han decidido renunciar a aquellos códigos que conducen hacia una supeditación estricta al entorno físico de la isla y sus elementos emblemáticos. La estrategia está claramente dirigida hacia la búsqueda de nuevas variables de relación perceptual y sensorial con el contexto y sus ambientes, en las que se hacen cada día más obvio el desapego simbólico, la necesidad de autosatisfacción especulativa, y el deseo de interactuar con otras pautas foráneas de la producción visual.
Alfredo Mendoza es un artista que encaja muy bien en esa clase de inmersión bipolar dentro del género. Cuando uno visita su taller en la Habana Vieja se percata de inmediato de su profundo apego al trabajo con el retrato y la figura humana. Entre los numerosos cuadros que cuelgan en las paredes de su estudio no hay uno solo que ponga en tela de juicio esa elección personal. Por todas partes abundan rostros de mujeres y hombres de corte neoexpresionista, hábilmente dibujados desde distintas perspectivas, estructurados desde planos frontales o de perfil; recreaciones de cuerpos en máxima tensión anímica o en diálogo intrigante, morfologías de un sólido impacto expresivo, encaradas unas con otras.
Por la manera en la que han sido elaboradas las obras, uno pudiera pensar que el artista insiste, casi a contracorriente, en el reciclaje de imágenes de sesgos muy remotos, que aunque su impronta visual indica actualidad por el tratamiento suelto, impulsivo de las pinceladas, ella infiere también una evasión hacia determinados paradigmas universales de la pintura. Por momentos pudiéramos ver surgir en sus composiciones la huella leve de algún que otro viejo maestro (Renoir, Daumier, y hasta un Fidelio Ponce…) Pero ese gesto de aparente regresión, de tanteo con algunos motivos fundacionales, no perece ser otra cosa que una estrategia formal y estética para reafirmar el carácter dramático de la escena y el acontecimiento representado, su carga de significaciones. Ya lo afirme en una ocasión anterior: “Es la confrontación, el balance simbólico de tiempos históricos y procesos de vida, lo que subyace en los lienzos creados por Alfredo”.
Hay varios cuadros que respaldan a mi juicio esa conjetura. Podríamos remitirnos, digamos, a la relación enigmática, provocadora, que sentimos en una de sus composiciones en la que aparece una joven de facciones delicadas y un hombre mayor. La pieza concentra sus niveles de interpretación en la atmósfera sombría, vetusta del encuadre, y sobre todo en los atuendos y la impresión de época y categoría que diferencia a ambos personajes. Aunque uno tiende a leer el cuadro con la mordacidad de la experiencia cotidiana, no puede descubrir a ciencia cierta si estamos ante un lapso de seducción o de dominio, si la relación entre los protagonistas pasa por un momento embarazoso o sosegado.
También podríamos tomar de ejemplo un instante de dialogo “persuasivo” que intuimos en otra de las piezas, intuición que se acentúa a partir de la recreación de imágenes alusivas al encuentro entre un viejo y un joven, un maestro y un discípulo. Vista de conjunto, pudiera parecernos una pintura que recrea, incluso, personalidades atípicas de la antigua Roma. ¿Qué obstáculo o conflicto ha generado ese intercambio sigiloso entre el muchacho y el anciano? ¿Qué comportamiento -quizás intempestivo- ha pretendido moderar el maese en su supuesto aprendiz? ¿Qué táctica se confabula? Evocación y contexto son dos palabras claves para intentar descifrar la inducción metafórica de este pasaje.
Hay una obra en particular que resulta muy conmovedora, en la que se muestran dos personas abrazadas. Es una imagen de una emotividad elocuente y al mismo tiempo ambigua. Elocuente porque logra condensar, en un punto neurálgico de la composición, toda la carga trágica del gesto, y ambigua porque se indefinen las procedencias sociales de los implicados, los límites circunstanciales y temporales en los que están inmersos. Me parece curioso que en este último caso, y en los otros mencionados anteriormente, una de las dos figuras aparece siempre de espaldas al espectador; y aunque nos vemos sus facciones, en ella se conjugan la idea de recepción y catalización de la intención del otro. Es una figura que ayuda a cerrar el ciclo de cualquier posible interpretación.
Las estructuras narrativas de la pintura de Alfredo Mendoza están apoyadas, esencialmente, sobre la incógnita temporal y la libertad especulativa. Cualquier deducción a la que arribemos, por contrapuesta que parezca, y siempre que adopte razones consustanciales, podría llegar a tener sentido dentro del proceso valorativo de las obras. Cuando digo “razones consustanciales”, me refiero a los contenidos básicos que hay detrás del montaje de sus episodios, más allá de las particularidades de su manifestación. Pienso a grandes rasgos, en aquellas alegorías que Alfredo despliega acerca de los contrastes humanos entre ingenuidad y malicia, temeridad y prudencia, sedición y lealtad, hostilidad y afecto, anhelo y frustración.
Aunque las obras parecen comprometernos dentro de esos propósitos de esclarificación de las cronologías, Alfredo sabe que es precisamente la ambigüedad temporal el artificio más práctico, más funcional dentro de sus obras. Hay algunos cuadros que tiran del pasado y otros del presente, que combinan el indicio de lo que sucedió y de lo que sucede, como una especie de déjà vu, que mezclan sujetos y contextos epocales disímiles; y entre los resquicios que van quedando en esa mixtura, en esa tirantez, se divisan determinadas huellas que delatan a Mendoza como hombre anclado en la contingencia nacional (la presencia de un rostro conocido, el dibujo de una silueta contemporánea, la descripción de una disyuntiva frecuente…)
La atmósfera difusa que acompaña los paisajes y retratos de Mendoza, las transparencias, las intensidades de grises con mínimos segmentos de color (ocre, amarillo, y rojo), la visión borrosa, indefinida de los rostros y los contornos, y las siluetas hábilmente insinuadas, casi fantasmagóricas, que penden en el espacio, son recursos que facilitan esa distorsión suspicaz de los tiempos y ayudan a la diversificación de los conceptos.
La búsqueda de fundamentos o exégesis filosóficas para tratar de comprender la realidad insular, especularla, forma parte de un credo de vida de Alfredo Mendoza y de algunos otros jóvenes creadores cercanos a él, lo cual ha estado incidiendo con mucha fuerza en la implementación de basamentos argumentales y metodológicos en este tipo de obra pictórica relacionada con los géneros. El acervo gnoseológico proveniente de culturas como la asiática y la oriental ha desempeñado en ello un rol decisivo, y ha comenzado a dejar una huella visible en la producción simbólica de esa generación de artistas de principio de siglo, a la que Alfredo pertenece por derecho propio.
David Mateo
La Habana, 2017