Coalición

El estudio que hoy comparten en La Habana Vieja los pintores Maikel Sotomayor y Alfredo Mendoza, constituye una evidencia clara de la estrategia de colaboración que se ha ido fomentando en las actuales circunstancias de la plástica cubana, sobre todo entre los artistas jóvenes que provienen de las academias e institutos de arte, quienes han comenzado a interactuar con una disyuntiva de promoción y mercado algo más flexible, menos controlada que la de sus predecesores, pero igual de compleja en cuanto a las nuevas contingencias económicas y culturales que deben afrontar.
La existencia de estudios particulares o compartidos no es un hecho inusual en la cronología del arte cubano de las últimas tres o cuatro décadas. Pero el impulso que ha cobrado esa iniciativa en la actualidad a lo largo de todo el país (con mayor fuerza en la Capital), corrobora la consolidación de una gestión de promoción más audaz, autónoma, y el establecimiento de una práctica gerencial independiente, que intenta avanzar en paralelo a la actividad de las galerías estatales.
La concertación pública en torno al denominativo Open Studio, no plasmada aún en documentos legales, pero propiciada a partir de las convocatorias abiertas que ha tenido el arte cubano durante las dos últimas ediciones de la Bienal de La Habana, es una prueba fehaciente del reconocimiento, a casi todos los niveles, de las nuevas condiciones de inserción y legitimación que han ido imponiéndose dentro del sector artístico, pautadas en buena medida también por los intereses foráneos, y podría ser interpretada como el primer paso hacia una descentralización futura de la actividad promocional y comercial dentro del arte cubano.
Sin embargo, no ha sido solo la adopción de una alianza, de una estrategia dentro del terreno de la creación y difusión de sus obras, lo que ha comprometido el quehacer artístico de Maikel Sotomayor y Alfredo Mendoza. Ellos muestran una disposición, una actitud frente a la producción simbólica que los convierte en artistas representativos de esta etapa de principio de siglo y de algunas de sus principales tendencias generacionales.
Maikel y Alfredo provienen de la provincia Granma, pero iniciaron su amistad en La Habana mientras pasaban el servicio militar. Cuando luego tuvieron la oportunidad de reencontrarse en el ámbito de la creación, los dos optaron por las nociones y códigos de la pintura de corte neoexpresionista. Esa elección los ha estado conduciendo hasta el momento por un camino de similitudes formales en cuanto al abordaje del dibujo, el tratamiento de las pinceladas y el despliegue de las combinaciones cromáticas. Una visualidad incitadora, a veces caustica, imbuida del forcejeo provechoso entre lo en el quehacer de ambos artistas. Decidieron, además, incorporarse con mentalidad abierta, sin prejuicios, a ese proceso de refucionalización de los géneros que se viene materializando en ciertas zonas de la creación plástica, y del que han surgido autores emblemáticos apegados al retrato y el paisaje.
Aunque difieren en la manera de encarar sus imágenes, ya que uno se concentra en la representación de la figura y humana (Mendoza), y el otro en los paisajes naturales de la isla (Sotomayor), es la condición espiritual del sujeto, la indagación en sus distintos niveles de perplejidad e incertidumbre frente a determinados contextos y coyunturas, lo que justifica la propuesta pictórica de estos dos artistas. Al enfocarse en las connotaciones interpretativas que derivan de esa interrelación, y al intentar extraer de ello una cuota de actualidad especulativa y filosófica, Maikel y Alfredo están contribuyendo también, junto a otros artistas de su generación, a rescatar la funcionalidad representativa, metafórica, de expresiones aparentemente convencionales como el paisaje y el retrato, y van sumando perspectivas, nuevos códigos de significación, que muchas veces alcanzan a contrarrestar las opiniones de los detractores de estos géneros.
Alfredo se interesa por la compulsación alegórica de prototipos humanos, conocidos o anónimos, presentes o ausentes, épicos u ordinarios. Le interesa la carga de subjetividad que emana de la evocación de personajes atípicos, y hasta la idea de imaginar entre ellos encuentros y coloquios instantáneos, en escenarios abstractos, carentes de referencialidad, sopesando el influjo de sus improntas existenciales y la vigencia de sus legados. Pasado y presente, constatación y disentimiento, realidad y ficción, son ingredientes esenciales de la dicotomía que aflora desde casi todos sus retratos. El balance, el cotejo simbólico de tiempos y circunstancias de vida, subyace en los lienzos creados por Alfredo.
En las composiciones de estos artistas percibo por igual el regodeo de un ambiente histriónico, la elección comprometida de un perfil dramático, donde el sujeto social parece decidido a perpetuar sus necesidades de protagonismo.
David Mateo
La Habana 2016