Alivio en LA PAUSA
El mundo contemporáneo está cada vez más saturado de imágenes: esta invasión en nuestra mirada no solo se limita al universo físico, pues los ambientes digitales son los que más contribuyen a esta explosión iconográfica. Tampoco es un secreto para nadie que esta profusión provoca un hastío visual y tal parece que ya se han agotado todas las fuentes conceptuales e ideo-estéticas para la representación. Por eso, cuando podemos apreciar algo “diferente”, algo que nos mueve, que nos afecta, agradecemos la oportunidad de esa experiencia estética donde finalmente nos sentimos espectadores activos, involucrados, participantes…
La ocasión de visitar la muestra PAUSA del artista Alfredo Mendoza Bullain ha sido una noble oportunidad para experimentar una serie de sensaciones y afectividades que me arriesgo a definir como un alivio entre tanta retórica visual e imágenes vaciadas de sentido o contenido. Esta exposición, ubicada en la sede de la Alianza Francesa de Cuba, sita en la neurálgica calle Paseo del Prado, fue inaugurada el pasado 7 de septiembre. En el momento de apertura se compartieron algunas ideas como: “Su trabajo es una constante experimentación dentro del dibujo y la pintura, concediendo protagonismo a las escenas cotidianas que construye desde las posibilidades expresivas del color.”
Resultan impresionantes las obras de la serie Pausa, no tituladas, de gran formato, que impactan al espectador no solo por una factura exquisita y cuidadosa sino también por toda la carga que emotiva que encierran. Si de aspectos formales se trata me gustaría agregar que las posibilidades expresivas de estas pinturas no solo radican en su cromatismo, cuyo despliegue es comedido, intencionado, pero muy sutil. Más bien son las líneas las que protagonizan estos cuadros; líneas que, desdibujando, definen las figuras de un modo expresionista, en que la subjetividad aflora inherentemente en el espectador, que debe reconfigurar lo que mira para formarse un criterio, para extraer una idea. Las líneas de estas piezas me hacen recordar a un Fidelio Ponce de León pintando los “Niños” (1938) o “La pianista” (1943) , en que se hace latente un tratamiento de la figura humana desprejuiciado y arriesgado. Este proceder técnico a la hora de pintar nos ofrece un tipo de resultado formal que interactúa desde lo paradójico: es hermoso lo que estamos observando, pero a la vez, es sobrecogedor. La serie Pausa de Alfredo Mendoza propone en sus piezas una vivencia retiniana al tiempo que nos mueve a la reflexión y puede detonar una serie de sentimientos en el espectador: “Su pintura, original y vigorosa, nos coloca ante una reflexión sobre las variadas formas de afrontar un contexto marcado por el vacío y el silencio.”
Un elemento fundamental es la elección del género del retrato, presente en casi toda la producción de autor. El retrato, durante muchos siglos ligado a la obra por encargo, también es un síntoma del interés sincero que muestra un creador en el sujeto a representar, es un reflejo de su atracción. A través de este género es posible evidenciar la humanidad de la persona retratada, su buena ejecución garantiza la presentación de la esencia interior del sujeto desde el punto del vista del artista…debe ser por ello que el retrato sigue siendo hoy un apasionante objeto de estudio que concentra en sí la mayoría de las funciones de la pintura. Los retratos de la serie Pausa mantienen secreta la identidad de las personas representadas y ese anonimato del sujeto ofrece libertad a la obra de arte, que debe nacer pura y por si misma. También el carácter incógnito de los personajes influye en la recepción de la obra pues el espectador pudiera verse a si mismo reflejado en determinadas situaciones de encuentros o soledades.
Este anonimato, reforzado por la ausencia de títulos que particularicen cada pieza, por el desdibujo o distorsión de las figuras, o por los trazos más gestuales que vigorizan la presencia de la subjetividad del autor, garantiza un diálogo horizontal entre la audiencia y las obras. El recorrido por la sala puede realizarse de la manera en que para cada cual funcione la narración museográfica (aunque estuvo previsto de una forma específica); las grandes pinturas enmarcadas en color blanco (que les brindan más amplitud) están libres de las ataduras de los pie de obras, así que prácticamente no hay condicionamientos ni intermediarios entre el arte y el público. Creo que Alfredo Mendoza ha logrado con esta serie un elemento esencial del arte:hacer partícipe al espectador. Estas piezas son obras abiertas que adquieren status de realidad solo cuando son directamente experimentadas por los receptores y la experiencia estética depende de ese rol activo del espectador que acepta el reto que el artista lanza.
Pero ¿de qué reto estamos hablando? ¿Qué nivel de proximidad puede tener el contenido de esta serie con las vivencias individuales y colectivas? Considero que Alfredo Mendoza nos lanza una pregunta acerca de la importancia de los “encuentros”, de las relaciones humanas, de la necesidad de acercarnos más al otro. Es por ello que las dos claves de sentido en esta exposición son: la Soledad y el Abrazo; como una gran contradicción vemos las dos caras de una misma esencia, y a la vez una solución a una problemática. Me resultan vívidas las imágenes de personajes en total soliloquio cuya compañía es un libro; esos seres te transportan a esos momentos de introspección, de un vacío que se intenta llenar con la fantasía o los relatos brindados por la literatura.
Son mayormente impresionantes las pinturas de los abrazos, no solo por su colorido más acentuado, sino porque la calidez sobrepasa el lienzo y te envuelve. El abrazo se plantea aquí como solución a esa soledad: aun cuando hay tantos tipos de abrazos como culturas, con distintos significados cada uno de ellos, este gesto humano fomenta el sentido del tacto, refuerza los vínculos afectivos, ayuda a romper la incomunicación y es un modo efectivo de control de las emociones. Esos tres grandes lienzos en que observamos personajes abrazados me remiten una vez más a Eduardo Galeano, cuando escribió: “Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace”
Ahora bien, entre los tres personajes con sus libros y los tres abrazos, hay una pintura fascinante que constituye una simbiosis de las dos claves fundamentales para entender esta serie. La imagen muestra a una mujer de espalda, en un escenario colectivo, donde hay muchas personas, y ella, en ademán de encorvarse, se abraza a si misma. Ese abrazo me parece más actual y tristemente cotidiano que los demás, es una necesidad de salvaguardarse uno mismo, es el reflejo de que aún acompañados, estamos solos, y no tenemos otra opción que auto-amarnos. En esa visión melancólica y fuerte radica toda la excepcionalidad del abrazo como gesto intenso y hermoso de unión y refugio con nosotros mismos, a salvo de los miedos y preocupaciones. Ese auto-abrazo también es el síntoma de la resiliencia, de la reconstrucción del yo en circunstancias caóticas: es el planteamiento de reconectar en una sociedad que indiscutiblemente está marcada, entre otros pesares, por el aislamiento.
La pausa está definida como la paralización o una detención breve de una acción, permite descansar o brinda el tiempo necesario para satisfacer ciertas necesidades. Paralizada quedé ante esa imagen que funde abrazo y soledad, por eso, esa fue mi pausa en medio de esta serie de cuadros. Es esa obra la pauta de una forma de creación poderosa: “la mano (…) del pintor se posa con un «gesto brutal» sobre (…) sus modelos para encontrar, en algún lugar en la profundidad, su «yo» enterrado.” El pintor dialoga sobre de sí mismo al tiempo que habla de todos, con una clarividencia abrumadora.
PAUSA es una exposición del artista Alfredo Mendoza Bullain que me permitió sentir alivio, que me motivó a ver más que retratos: paisajes de afectividad, que me conectó con una parte de mí que estaba estancada o dormida. PAUSA, de pronto, te detiene, te invita a tomar asiento porque quiere hablarte…y te habla. Te recuerda cosas que tal vez habías olvidado. Y nos abraza…y ese abrazo es un aliviadero que nos recuerda que hemos venido a este mundo a vivir: no solo a luchar, ni a ganar, ni a saldar ninguna deuda, solo a vivir.
Aireem Reyes